De comunista militante a la vanguardia neoliberal; de enemigo acérrimo del fujimorismo a respaldar a Keiko Fujimori. La política atravesó y ocupó la vida de un Mario Vargas Llosa que intentó ser presidente de Perú, conoció la persecución política y siempre tuvo el devenir de América Latina en su pensamiento.
Lo dejó claro en 1967: “Dentro de 10, 20 o 50 años habrá llegado, a todos nuestros países, como ahora a Cuba, la hora de la justicia social, y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes”.
Acababa de recibir el premio Rómulo Gallegos por La casa verde, que lo lanzó al estrellato. Viajó a Caracas, se abrazó con un entonces desconocido Gabriel García Márquez y mostró su compromiso, además de comenzar una larga serie de pronósticos políticos errados.
Deseó entonces que “América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna, que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y nuestro horror”.
El desencanto con la revolución cubana comenzó ese mismo año, cuando el régimen castrista encarceló al poeta Heberto Padilla y él exigió, junto a otros autores, su liberación.
La brecha se abrió años después, cuando Perú estaba bajo la dictadura militar que se autodenominó “Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas”.
En una carta de 1969 le dijo al autor mexicano Carlos Fuentes que la afinidad de la izquierda con esa dictadura era un “disparate apocalíptico”.
“En el Perú la confusión política adquiere niveles paranoicos. Los generales se van a quedar en el poder muchos años y cuentan con el apoyo de la izquierda, que proclama a diestra y siniestra que el régimen es nacionalista y antiimperialista, lo que es un disparate apocalíptico”, escribió en esa misiva.
Fue su militancia por las libertades individuales lo que lo alejó de manera progresiva de la revolución cubana y sus adláteres, y lo acercó a un liberalismo al que dedicó horas, compromiso y trabajo literario. Lo recordaba en 2016, cuando en Burgos hizo balance de su carrera: “[La literatura] Nos hace ciudadanos más conscientes de lo que significa para una sociedad la justicia y la injusticia, la verdad y la mentira, la dicha y la infelicidad”.
Su carrera política formal comenzó en la década de 1980, cuando se sumó al movimiento Libertad, que integraba a los dos partidos de la derecha tradicional peruana: Acción Popular y el Partido Popular Cristiano.
Fue con esa coalición electoral, el Frente Democrático, con la que emprendió en 1988 su carrera hacia la presidencia de Perú.
El hombre que fue criado en una familia tradicional, que contaba con el respaldo de los poderes ancestrales de Perú y con un proyecto político anclado en el liberalismo económico, fue derrotado.
Y la victoria se la llevó un político que representaba su antítesis personal: un hijo de inmigrantes japoneses que se había construido a sí mismo y que comenzó a forjar la historia latinoamericana de los outsiders que, con un discurso antiestablecimiento, llegan al poder.
Alberto Fujimori se convirtió también en el autócrata que iba a dividir a Perú hasta su muerte, en 2024, y, como todo tirano, no soportaba compartir el suelo patrio con su némesis política.
El escritor obtuvo en 1993 la nacionalidad española para, en sus propias palabras, evitar “ser un paria”, después de que Fujimori amenazara con quitarle la peruana al convertirse en su crítico más afilado.
El camino recorrido
Entre el comunismo inicial y el neoliberalismo final, Vargas Llosa recorrió un camino marcado por las lecturas: de Jean-Paul Sartre a José Ortega y Gasset.
“Comencé a leer a muchos pensadores liberales y quedé seducido por ellos, convencido de que el liberalismo dentro de la cultura democrática, dentro de la cultura de la libertad, era probablemente la doctrina que había impulsado las reformas más profundas, las mejores transformaciones que habían ido enriqueciendo la democracia y promoviendo valores que hoy día son universalmente aceptados”, dijo en la presentación de La llamada de la tribu (2018).
Esa actitud lo llevó a expresarse con contundencia —y bastantes polémicas— en los últimos años de su vida.
En su país, no hubo campaña en la que no pidiera el voto por un candidato y, con más frecuencia, contra otro: Keiko Fujimori, la tres veces derrotada aspirante presidencial y heredera política de Alberto Fujimori.
Pero en 2021, el hombre que tuvo que dejar atrás un país regido por un autócrata, que obtuvo la nacionalidad española antes de convertirse en un paria, pidió el voto para Keiko Fujimori.
“Deseo ardientemente que Keiko Fujimori gane la elección”, dijo para sorpresa de muchos y mala suerte de la aspirante, que fue derrotada por el sindicalista Pedro Castillo.
Sus últimas intervenciones en la política, instaladas ya en la polémica, estuvieron marcadas por su respaldo a la mandataria peruana Dina Boluarte, quien fue elegida inicialmente como vicepresidenta en la fórmula que encabezaba el progresista Castillo.
Boluarte pasó de rival, cuando aspiraba a la Vicepresidencia, a aliada, cuando dirigía su país con severidad durante la oleada de protestas que se desataron tras el fallido autogolpe de Castillo.
Vargas Llosa recibió de manos de Boluarte, acusada ahora de autócrata autoritaria, el Gran Collar de la Orden El Sol del Perú cuando las protestas comenzaban a atenuarse, y destacó que la mandataria hubiera “asumido la primera magistratura respetando la legalidad y el Estado de derecho”.
Otro eje que siempre marcó la posición política de Vargas Llosa fue por ser un acérrimo anticastrista y adversario de la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Tampoco escapó de sus críticas el magnate Donald Trump, incluso antes de su llegada a la presidencia de Estados Unidos, a quien calificó de “demagogo, payaso e irresponsable”.
Y de España, su país de adopción, también tenía opiniones claras en defensa de las derechas. En 2014 encabezó el manifiesto Libres e Iguales, “contra el secesionismo catalán y en defensa de la Constitución”.
El movimiento nacía como un llamamiento dirigido al PP, la parte más conservadora y jacobina del PSOE –la felipista–, UPyD y Ciudadanos, al que se sumaron intelectuales, políticos y personalidades de derechas.
En enero de 2019 abandonó el PEN Club Internacional —asociación mundial de escritores que llegó a presidir— después de que esta instara a las autoridades españolas a liberar a los líderes del procés y el 1-O Jordi Sànchez y Jordi Cuixart.
Entre medias, respaldó a Mauricio Macri en Argentina en 2019; Carlos Mesa en Bolivia en 2020; al pinochetista José Antonio Kast en Chile en 2021; Rodolfo Hernández en Colombia y el trumpista Jair Bolsonaro en Brasil en 2022.
Una larga lista que tenía como punto en común los adversarios: todos ellos militantes de izquierdas, en sus distintas tonalidades, que —al igual que Castillo en 2021— vencieron en los comicios, dándole a Vargas Llosa una fama de gafe electoral.
Una lista que muestra también la ruta recorrida por Vargas Llosa: de un comunismo militante a voz principal del neoliberalismo.
MC/MU con información de la agencia EFE